03/11/2016

"Artículo breve. Imaginaciones a partir y cercana a la ciencia", por John Horgan. Traducción por Marcos Arcaya Pizarro

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Dos hechos recientes relacionados con la ciencia, uno en antropología y otro en física, han hecho que me pregunte cuál de sus respectivos campos es el más duro y cuál el más blando. Pues bien, el primer hecho involucra la decisión de la American Anthropological Association de suprimir la palabra ciencia de su declaración de principios. Una medida que provocó una avalancha de críticas de los antropólogos que han luchado y luchan contra la imagen que se tiene de su campo como una rama de las humanidades. Es así que, mientras que las ciencias serían “empíricas”, las humanidades serían “analíticas, críticas o especulativas”, como afirmó Nicholas Wade en The New York Times.

Los antropólogos de aspiración científica no quieren que su campo sea confundido con el trabajo de historiadores o críticos literarios, ¡Dios no lo quiera!, no obstante les complacería que su labor fuese emparentada con la física, supuestamente la panacea dorada de la ciencia dura. La ironía radica en que partes de la física son menos empíricas y más especulativas que la más humanista de la antropologías. Y no estoy hablando de lo que el físico Sean Carroll llama “física de la vida cotidiana”, en referencia a la comprensión física de la realidad accesible mediante experimentos observables, de manera empírica y próxima.

Ahora bien, en parte debido al exitoso estatus de verdad de esas prácticas, algunos físicos ambiciosos se han aventurado más allá de los límites de la realidad mensurable entrando en ignotos reinos donde vagan dragones. Esto me lleva a noticias recientes asociadas al campo de la física: Roger Penrose y V. G. Gurzadyan, a partir del fondo cósmico de microondas, la posluminiscencia del big bang, hace poco propusieron que todo se originó gracias a la colisión de monstruosos agujeros negros de un universo precedente al nuestro; por otra parte, nuestro universo podría ser sólo uno de una serie infinita generada por esos cataclismos.

Cuál fue mi reacción al leer sobre esta idea: "¡es tan divertida como loca!” Penrose, uno de los físicos más famosos y creativos del mundo, junto a Gurzadyan, había desempolvado la vieja idea del universo oscilante, que tanto me ha gustado siempre. Pero ni por un nanosegundo creí que su propuesta fuese cierta. Con celeridad otros teóricos señalaron problemas en esa hipótesis, aunque si la hubiesen apoyado tampoco me la habría creído. Simplemente la propuesta es demasiado descabellada y nunca podría ser confirmada de la forma en que sí se ha hecho con la existencia de, digamos, los quarks o el Big-Bang. A este tipo de ejercicio mental en extremo especulativo lo llamo ironic science [en inglés, que en traducción no literal podría corresponder en español a “divertimento a partir de y cercano a la ciencia”], porque hace aseveraciones que se acercan más a la crítica literaria, o a la literatura inclusive, que a la ciencia convencional. Otro término útil es el de faction [en inglés, y que aquí en traducción no literal correspondería a algo así como “especulación a partir de y cercana a la ciencia”], acuñada por el antropólogo Clifford Geertz —verdadero arquetipo del científico social literario— para describir su campo. Geertz, de quien hice una reseña para Scientific American en 1989, define faction como "escritura imaginativa sobre gente real de sitios reales de tiempos reales", pero el término se podría aplicar a divertimentos relacionados con toda clase de fenómenos.

Para Geertz, que murió en 2006, habría resultado gracioso todo el barullo reciente acerca del nivel de cientificidad de la antropología. Él nunca pensó que la antropología fuese simplemente una empresa humanística o literaria, carente de cualquier contenido empírico. La antropología es “empírica, sensible a pruebas, y efectivamente teoriza”, como Geertz una vez me dijo, y quienes la practican pueden elaborar una versión de verdad en términos no absolutos. De ahí que sea una ciencia, una que, en alguna medida, puede progresar y hacerse de resultados fidedignos. Por otra parte, como afirmaba Geertz, “no hay nada en la antropología parecido a la parte dura de las ciencias duras, y no creo que alguna vez la haya”.

Geertz, que trabajó en el Institute for Advanced Study de Princeton, donde cruzó caminos con el teórico de cuerdas Edward Witten, añadió que aquellas dudas que afligen a la antropología aparecieron en muchos otros campos, incluso en la física. Dijo Geertz: “Me parece que la clase de confianza que la ciencia tuvo alguna vez en sí misma no es cosa generalizada en la actualidad […]. Lo que no significa perder la esperanza ni entregarse a la angustia, etcétera. Aunque tal estado de cosas puede ser extraordinariamente difícil”.

Echando una mirada retrospectiva, Geertz no podría haber dado a la antropología un grado de cientificidad en los términos que sirven para hablar de la física. Los antropólogos juntan datos —observando a cazadores de la selva amazónica, excavando para desenterrar un asentamiento neolítico en Jordania, datando a partir del carbono un hueso de la mandíbula de un Ardipithecus de Etiopía— y luego tratan de entender lo que significan. Este acto necesariamente implica mucha interpretación e imaginación, de ahí un inevitable ingrediente de subjetividad, lo que culmina muchas veces en teorías con alto grado de especulación —algunas cuya desmesura he criticado en el pasado— . Pero normalmente, hasta en su labor hermenéutica, la antropología todavía se dirige a cosas verdaderas y hechos sociales: primates actuales en sitios actuales.

Por lo demás, muchos físicos teorizan sobre fenómenos que no sólo son extraordinariamente remotos en el espacio y tiempo, sino que también sobre los cuales se carece de rastro alguno o cuya existencia anterior o actual es más que dudosa. Los físicos conjeturan lo que pasa en la escala de Planck, una supuesta micro-realidad que en sus propias coordenadas es aún más distante que los sitios más apartados del universo. Especulan sobre tiempos anteriores al Big-Bang, y sobre otros universos que podrían ser versiones mutantes del nuestro. Postulan cuerdas, membranas, dimensiones más altas y otra materia cuya existencia, así como Dios, no se puede probar o refutarse. ¿Resulta pertinente entonces llamar faction a estas elucubraciones?


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Referencia:

Horgan, John (2010). "Science ´faction`: Is theoretical physics becoming "softer" than anthropology?", en Scientific American, onlinehttps://blogs.scientificamerican.com/cross-check/science-faction-is-theoretical-physics-becoming-softer-than-anthropology/, consultado el 03. 11. 2016.