Dos hechos recientes
relacionados con la ciencia, uno en antropología y otro en física, han hecho
que me pregunte cuál de sus respectivos campos es el más duro y
cuál el más blando. Pues bien, el primer hecho involucra la
decisión de la American Anthropological Association de suprimir la
palabra ciencia de su declaración de principios. Una medida
que provocó una avalancha de críticas de los antropólogos que han luchado y
luchan contra la imagen que se tiene de su campo como una rama de las
humanidades. Es así que, mientras que las ciencias serían “empíricas”, las
humanidades serían “analíticas, críticas o especulativas”, como afirmó Nicholas
Wade en The New York Times.
Los antropólogos de aspiración científica no quieren
que su campo sea confundido con el trabajo de historiadores o críticos
literarios, ¡Dios no lo quiera!, no obstante les complacería que su labor fuese
emparentada con la física, supuestamente la panacea dorada de la ciencia dura.
La ironía radica en que partes de la física son menos empíricas y más
especulativas que la más humanista de la antropologías. Y no estoy hablando de
lo que el físico Sean Carroll llama “física de la vida cotidiana”, en
referencia a la comprensión física de la realidad accesible mediante
experimentos observables, de manera empírica y próxima.
Ahora bien, en parte debido al exitoso estatus de
verdad de esas prácticas, algunos físicos ambiciosos se han aventurado más allá
de los límites de la realidad mensurable entrando en ignotos reinos donde vagan
dragones. Esto me lleva a noticias recientes asociadas al campo de la física:
Roger Penrose y V. G. Gurzadyan, a partir del fondo cósmico de microondas, la
posluminiscencia del big bang, hace poco propusieron que todo se originó
gracias a la colisión de monstruosos agujeros negros de un universo precedente
al nuestro; por otra parte, nuestro universo podría ser sólo uno de una serie
infinita generada por esos cataclismos.
Cuál fue mi reacción al leer sobre esta idea:
"¡es tan divertida como loca!” Penrose, uno de los físicos más famosos y
creativos del mundo, junto a Gurzadyan, había desempolvado la vieja idea del
universo oscilante, que tanto me ha gustado siempre. Pero ni por un nanosegundo
creí que su propuesta fuese cierta. Con celeridad otros teóricos señalaron
problemas en esa hipótesis, aunque si la hubiesen apoyado tampoco me la habría
creído. Simplemente la propuesta es demasiado descabellada y nunca podría ser
confirmada de la forma en que sí se ha hecho con la existencia de, digamos, los
quarks o el Big-Bang. A este tipo de ejercicio mental en extremo especulativo
lo llamo ironic science [en inglés, que en traducción no
literal podría corresponder en español a “divertimento a partir de y cercano a
la ciencia”], porque hace aseveraciones que se acercan más a la crítica
literaria, o a la literatura inclusive, que a la ciencia convencional. Otro
término útil es el de faction [en inglés, y que aquí en
traducción no literal correspondería a algo así como “especulación a partir de
y cercana a la ciencia”], acuñada por el antropólogo Clifford Geertz —verdadero
arquetipo del científico social literario— para describir su campo.
Geertz, de quien hice una reseña para Scientific American en 1989, define faction como
"escritura imaginativa sobre gente real de sitios reales de tiempos
reales", pero el término se podría aplicar a divertimentos relacionados
con toda clase de fenómenos.
Para Geertz, que murió en 2006, habría resultado
gracioso todo el barullo reciente acerca del nivel de cientificidad de la
antropología. Él nunca pensó que la antropología fuese simplemente una
empresa humanística o literaria, carente de cualquier contenido empírico. La
antropología es “empírica, sensible a pruebas, y efectivamente teoriza”, como
Geertz una vez me dijo, y quienes la practican pueden elaborar una versión de
verdad en términos no absolutos. De ahí que sea una ciencia, una que, en alguna
medida, puede progresar y hacerse de resultados fidedignos. Por otra parte,
como afirmaba Geertz, “no hay nada en la antropología parecido a la parte dura
de las ciencias duras, y no creo que alguna vez la haya”.
Geertz, que trabajó en el Institute
for Advanced Study de Princeton, donde cruzó caminos con el
teórico de cuerdas Edward Witten, añadió que aquellas dudas que afligen a la
antropología aparecieron en muchos otros campos, incluso en la física. Dijo
Geertz: “Me parece que la clase de confianza que la ciencia tuvo alguna vez en
sí misma no es cosa generalizada en la actualidad […]. Lo que no significa perder
la esperanza ni entregarse a la angustia, etcétera. Aunque tal estado de cosas
puede ser extraordinariamente difícil”.
Echando una mirada retrospectiva, Geertz no podría
haber dado a la antropología un grado de cientificidad en los términos que sirven
para hablar de la física. Los antropólogos juntan datos —observando a cazadores
de la selva amazónica, excavando para desenterrar un asentamiento neolítico en
Jordania, datando a partir del carbono un hueso de la mandíbula de un Ardipithecus
de Etiopía— y luego tratan de entender lo que significan. Este acto
necesariamente implica mucha interpretación e imaginación, de ahí un inevitable
ingrediente de subjetividad, lo que culmina muchas veces en teorías con alto
grado de especulación —algunas cuya desmesura he criticado en el pasado— . Pero
normalmente, hasta en su labor hermenéutica, la antropología todavía se dirige
a cosas verdaderas y hechos sociales: primates actuales en sitios actuales.
Por lo demás, muchos físicos teorizan sobre fenómenos que no sólo son extraordinariamente remotos en el espacio y tiempo, sino que también sobre los cuales se carece de rastro alguno o cuya existencia anterior o actual es más que dudosa. Los físicos conjeturan lo que pasa en la escala de Planck, una supuesta micro-realidad que en sus propias coordenadas es aún más distante que los sitios más apartados del universo. Especulan sobre tiempos anteriores al Big-Bang, y sobre otros universos que podrían ser versiones mutantes del nuestro. Postulan cuerdas, membranas, dimensiones más altas y otra materia cuya existencia, así como Dios, no se puede probar o refutarse. ¿Resulta pertinente entonces llamar faction a estas elucubraciones?
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Referencia:
Horgan, John (2010). "Science ´faction`: Is theoretical physics becoming "softer" than anthropology?", en Scientific American, online, https://blogs.scientificamerican.com/cross-check/science-faction-is-theoretical-physics-becoming-softer-than-anthropology/, consultado el 03. 11. 2016.